Cuando empecé a introducirme en el BIM, una de las partes del temario de este apasionante método me llamó la atención: el «trabajo colaborativo«. Suena bien, y la explicación que nos dieron en clase no defraudó a nadie: Sería posible trabajar al mismo tiempo, sobre un mismo modelo, varias personas a la vez. Esto era algo impensable hasta ese momento: los cambios que fuéramos desarrollando cada profesional (arquitecto, ingeniero calculista de instalaciones, ingeniero calculista de estructuras, etc.) irían incorporándose al modelo y a toda la información que éste posee.

Parecía bonito, algo que siempre habíamos deseado poder tener! Pero amigos, nada como vivirlo en el desarrollo real de un proyecto. En este caso, preparando un concurso, con un plazo muy corto de tiempo.

Pero hay algo que no nos había comentado ningún formador, ni manual de BIM, y es casi tan magnífico como la propia esencia de esa función: La sensación que todos a una, como equipo, levantamos un proyecto y, coordinados por nuestro BIM Manager, damos puntadas de color, luz y forma a esa idea, para verla poco después hecha «real», es increíble. Une y crea valor a cada miembro del equipo, todos son parte de ese logro que sienten como propio a la vez que compartido.

Una herramienta que aparte de todo lo anterior, mejora mucho el aprovechamiento del tiempo, ya que se reduce la necesidad de reuniones, al ver en tiempo real el estado del proyecto, y permite la ubicación de los agentes intervinientes en distintos lugares, incluso en otro país, lo que facilita la conciliación laboral y puede reducir costes en transporte.

Una verdadera revolución, otra más de las que ofrece la metodología BIM.